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Los Ingratos – Pedro Simón

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Creí que Ana Iris Simón había dado una patada en la puerta para abrir definitivamente el melón de la nostalgia noventera (Nirvana, New Kids o Alejandro Sanz) de una vez, pero está claro que la generación Chanquete aún se resigna a entregar la cuchara al leer la introducción de la novela «emocionante novela sobre una generación que vivió en aquella España donde se viajaba sin cinturones de seguridad en un Simca y la comida no se tiraba porque no hacía tanto que se había pasado hambre.» Solo puedo decir, joderos treinteañeros, aún no hemos saciado nuestra sed de supertacañones y Tulipan (perdón Julipan) y gastamos más en libros que vosotros.

Veo además que el libro ganó el premio Primavera 2021, si la mayoría de los premios del panorama son garantía de poco o nada, uno que tiene entre sus premiados más recientes a Maxim Huerta, Nativel Preciado, Juan del Val o Carme Chaparro lo es menos, pero bueno, como he dicho muchas veces, aquí se está a las duras y a las maduras.

La cosa no engaña, las calles huelen a humo de leña antes de comenzar. El martilleo referencial es tan abrumador y constante como poco sutil. Me pregunto si no hay cierto regodeo en el hecho nostálgico, bueno. La primera escena tampoco es un ejemplo de sutilidad, una señora perdiendo a su crío. De ahi pasamos al protagonista, hijo de una maestra de pueblo itinerante que aterrizan en un pueblo (suponemos que de madrid)mientras su madre pide plaza en la capital.
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La historia es la de este crio, David, tercero de tres y su vida en este pueblo donde ha sido destinada su madre mientras que el padre, un poco golfo hay que decir, trabaja en Madrid mientras va y viene. La trama se desencadena cuando contratan a una señora grande y sorda (gorda también, pero he puesto sorda), Eme, a la sazón la protagonista de la escena inicial, para ayudar con las tareas del hogar. Señora que pierde un crío en un lado, en el otro crio cuyo padre trabaja en otra ciudad y madre en la escuela, unir por la línea de puntos.

Es un relato por tanto con voz de crío bastante convencional a lo Cenizas de Angela (con otra trama), o Aquellos maravillosos años que el autor sazona con un regusto final a Roma, que justifica el título (que buena era la Eme, que rápido pasamos de su culo cuando le dieron plaza a la mama en Madrid) y que sirve, fundamentalmente, para hacer un retrato de la vida de un niño en un pueblo en los estertores del franquismo. El 85% largos del texto es eso, aunque tengamos que aceptar la cobertura del tema hijo perdido para darle algo de enjundia.

El autor, he de reconocer, no se deja casi nada en el catálogo de la naftalina, desde los Simcas al 127, los helados drácula, el Un dos tres, los Madelmans, los recortables…etcetc, en ese sentido, hay que admitir que es va bastante completo, como falta Cruyff deduzco que el autor es poco de futbol, pero dejarse se deja poco. Pienso si el atraco no es el equivalente a los trucos de programación neurolinguistica de los gurus de tres al cuarto, que que estirando igual había llegado a Naranjito y habia hecho el completo, y varias cosas más. De hecho a veces me cuesta porque solo son peripecias de muchachos en un pueblo, entretenidas y tal, pero poco más.

Sin embargo también reconozco que el autor mantiene el equilibrio, la chicha no es gran cosa pero si no se es muy exigente proporciona cierto armazón y más o menos sostiene la función. Por supuesto es importante tener en consideración que hablamos de que gran parte del relato atraca a una memoria generacional compatida, tampoco se como lee esto con 10 o 15 años menos y sin tanta complicidad ni referencias comunes, pero eso lo tendrá que decir un veinteañero.

Como resumen te da algo de sobredosis nostálgica, abusa un tanto de la moralina y del sentimentalismo un poco metido a capón sobre todo al final, los diarios de Eme no son del todo creibles pero a cambio el relato mantiene la solvencia, se deja leer y el autor aún nos cuela algún verso y alguna licencia poética para completar el guiso «llovia como un mar dado la vuelta» porque no solo de la botilde vive el hombre. No es una obra maestra, no plantea nada original, pero cumple con su tarea.